El peor viaje de mi vida
1994 – 2020: AMIA siempre en la memoria
El 18 de julio de 1994 a las 9.30 conducía un taxi en la ciudad de Buenos Aires por la Avenida Corrientes. Ese lunes, a esa hora, el tráfico comenzaba a ser denso. Mi pasajera, una joven bonita de veintipico viajaba en silencio. La música suave de la radio acariciaba el silencio dentro del Renault 12.
Abrió el semáforo de Pueyrredón y avancé a velocidad media hasta Pasteur, allí doblé, eran las 9.40, lo recuerdo bien porque tenía un reloj debajo del espejo retrovisor. Siempre en silencio la pasajera no se fastidiaba por la lentitud que avanzaba.
9.44, me detuve frente a la puerta de la AMIA. Me abonó el viaje y agradeció con voz dulce y una sonrisa: “Gracias, y buenos días”, me dijo. Descendió y en un par de pasos ingresó al edificio. Reinicie el reloj y la luz verde se reflejaba en el parabrisas, avancé. Pensé en dar la vuelta, regresar hasta la Avenida Corrientes para dirigirme a la zona céntrica en búsqueda de otro viaje. Al llegar a la esquina de Pasteur y Viamonte me abordó un joven, y me indicó una dirección en Palermo.
Encendí el reloj, aceleré hasta el semáforo de la Av. Córdoba que me esperaba en rojo. Al cambiar a verde, avancé. Mientras giraba para tomar la avenida, una explosión muy fuerte que procedía de la parte trasera del auto nos sobresaltó. El pasajero miró hacia atrás pero no logró ver nada. Mientras circulaba por Córdoba unos minutos después la radio anunciaba la peor noticia. Al instante llegó a mi mente la imagen de los ojos de mi pasajera anterior y la suave voz cuando en su despedida me dijo “Gracias y buenos días”.
Nunca supe de su destino. Pasaron 26 años de aquel fatídico viaje que se marcó mi vida de conductor, así como la también la historia de nuestro país que ingresó en la lista del terrorismo, donde la trama asesina y sus ejecutores de tremendo asesinato aún disfrutan de la libertad. Por suerte la memoria siempre existirá.